La creatividad atrapada

Creatividad atrapadaTengo la creatividad atrapada entre responsabilidades”. Ese era el comentario que mi amiga Ana hacía esta mañana en Facebook. Me ha parecido una frase que sintetiza muy bien lo que nos ocurre con frecuencia: contraponemos creatividad vs. responsabilidad, ingenio vs. obligación. Y lo que subyace es, en definitiva, riesgo vs. seguridad.

La creatividad y aquellos términos asociados a ella (cambio, innovación, transformación) nos dan vértigo, sobre todo si tenemos un agudo sentido de la responsabilidad (asociado o no a un cargo). Y es que creatividad, cambio e innovación tienen que ver con capacidades, comportamientos y actitudes. Y modificar éstas es una labor muchas veces ardua y que encuentra en los condicionantes de nuestro entorno grandes barreras.
La creatividad es la capacidad de generar ideas o conceptos (o nuevas asociaciones entre ideas y conceptos ya conocidos). Asociados a la creatividad encontramos conceptos como inventiva, ingenio, pensamiento original (o divergente), imaginación constructiva, etc. que nos pueden llevar a soluciones originales.
Por otro lado, la responsabilidad, se asocia con obligaciones y con el deber de asumir las consecuencias de nuestros actos. De este modo, la responsabilidad se siente, en muchas ocasiones, como una pesada losa. Es un valor que está en la conciencia de la persona (en el plano moral) y que, en su puesta en acción, pasa al plano ético. Y cuando hablamos de moral y ética, es inevitable sentir la necesidad de reflexionar, administrar, orientar y valorar las consecuencias de nuestros actos.
Sin embargo, el ejercicio de la responsabilidad no va en absoluto reñido con la capacidad creativa, si bien es cierto que, como ayer mismo nos recordaba Joan Jiménez, en el Grupo Social Branding de Linkedin, aludiendo a estudios de las Universidades Wharton, Cornell y la Indian School of Business, las personas creativas no ocupan posiciones de liderazgo.
En mi post de la semana pasada  y en la presentación a la que hago referencia en él, hablaba de las actitudes frente al cambio y la innovación. La creatividad (el pensar cosas útiles nuevas) tiene que ver con las capacidades del individuo; el cambio (hacer cosas diferentes) es cuestión de comportamientos, es decir de manifestaciones (externas) de las actitudes (internas) y la innovación (hacer cosas nuevas, de manera diferente y mejor para lograr cambios con éxito para una organización) es cuestión de actitudes, emociones y creencias. Recomiendo, en este sentido, la lectura de “Innovar con éxito” de Jose Mª Sainz de Vicuña.
Mientras consideremos que ser creativos, que hacer cosas distintas o que innovar ponen en riesgo el ejercicio de nuestra responsabilidad, mientras en la balanza contrapongamos riesgo y seguridad, apostando por lo segundo  y no aceptemos que se puede ser responsable y creativo, que la responsabilidad no tiene que atenazar acciones originales o divergentes a lo convencional, seguiremos sin avanzar.

Querida Ana, no dejes que tus responsabilidades asfixien tu creatividad 😉

Abogado del diablo

demonio

Dice Tom Kelley, en su siempre recomendable libro “Las diez caras de la innovación”, que el abogado del diablo podría ser el mayor asesino de la innovación en el mundo empresarial actual. Sostiene Kelly que cada día, estos “arruinaideas” cortan de raíz miles de ideas, conceptos y planes nuevos.

Esta mañana me he topado de nuevo con lo que todos nos hemos encontrado en más de una ocasión: alguien presenta en una reunión, con toda su ilusión y de forma fundamentada, una idea original, una propuesta creativa … La propuesta gusta, comienzan aportaciones por parte del resto asistentes. Todo parece ir bien hasta que, de pronto, aparece el aguafiestas de turno que entona el “permitidme que haga de abogado del diablo …” utilizando la expresión como ariete frente a la idea innovadora y, a su vez, como escudo que le previene de posibles respuestas hostiles, ya que no es él quien frena la innovación, simplemente está actuando, noblemente, como mensajero del diablo, ese ser maléfico tremendamente cualificado para opinar sobre nuestros negocios, proyectos o ideas.

En muchas ocasiones nosotros mismos, aun siendo emprendedores, nos convertimos en los abogados del diablo de nuestras propias propuestas e ideas. Frente a una idea creativa o una innovación (aún siendo propia) adoptamos la perspectiva más negativa posible, minusvalorando lo positivo de la idea, la transformación y beneficios que conlleva. Es más fácil adoptar la postura más cómoda, es mejor no arriesgar. Porque innovar es eso en gran medida: arriesgar. Por eso es un arma tan poderosa para transformar empresas, culturas y sociedades. Y por eso, precisamente, nos da tanto miedo. La proxima vez que nos enfrentemos a una idea, propuesta, iniciativa, … frenemos al abogado del diablo que llevamos dentro.